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Policiales

El portero se quebró en la cárcel y dijo: "Me convertí en un monstruo"

Fue en un pabellón del penal de Ezeiza. Los psicólogos aseguran que está triste y ansioso. Mientras su familia lo sigue defendiendo, la justicia cierra el cerco sobre él con pruebas determinantes. El juez Ríos resolverá el martes si lo procesa por el homicidio de la menor.




El juez Javier Ríos, que instruye la causa por el crimen de Ángeles Rawson, llamó a declaración indagatoria al único acusado, Jorge Mangeri. La audiencia será mañana. ¿Repetirá entonces la versión que, entre sollozos, soltó ante otros presos, en el Complejo Penitenciario de Ezeiza? En aquella ocasión –según una fuente allí alojada–, su resumen de lo acontecido fue: "No la quise matar. Ese lunes yo hacía tareas de mantenimiento, cuando apareció la piba. En broma, la rocé con el escobillón. Ella empezó a insultarme. Y le di un empujón, con tan mala suerte que al caer al piso se mató". Luego, diría: "¡Me convertí en un monstruo!". Dicen que, también entre sollozos, el polémico portero vociferó esas mismas palabras durante la mañana del 20 de junio en el último box del locutorio aledaño al pabellón 1H –donde ahora convive con el incendiario baterista de Callejeros, Eduardo Vázquez, y el dirigente sindical José Pedraza, entre otros 20 internos–, mientras mantenía su primer encuentro con Miguel Ángel Pierri, Marcelo Biondi y otros dos abogados. Dicen que la respuesta del primero de ellos no fue menos audible: "¡No mientas! ¡Vos estás encubriendo a alguien!".

 

Atrincherado tras un enorme escritorio repleto de papeles, en su estudio de la calle Esmeralda al 500, Pierri no quiso confirmar aquel diálogo ante Tiempo Argentino, amparándose en el "secreto confesional".

 

–¿Es posible que el hecho ocurriera del modo presuntamente relatado por Mangeri en el pabellón?

–Creo que no. Mi hipótesis del crimen apunta sobre más de una persona. Un segundo actor. Al homicidio en sí se le suma el ocultamiento del cadáver. Una doble acción: la matamos y después la hacemos desaparecer.

–En ese caso, ¿cuál habría sido el rol de Mangeri?

–Tal vez tuvo un rol activo en el asesinato. O tal vez sólo encubre. Lo cierto es que el crimen fue súbito, tal vez imprevisto. No así el ocultamiento, dado que esa parte del hecho pone en evidencia una voluntad organizada.

–¿Qué impresión tiene de él?

–El tipo parece un santo. Ello, desde luego, manifiesta lo inexplicable, pero no su inocencia.

 

Pierri pronunció esa frase con los ojos clavados en un televisor; en el zócalo de la imagen se leía: "Encontraron ADN del portero en tres uñas de Ángeles". Corría la mañana del 28 de junio.

 

TRAVESÍA HACIA LA MUERTE. El foco de atención estaba depositado en el Palacio de Tribunales. En ese mismo instante, más de treinta cámaras en hilera apuntaban sobre el edificio de la calle Ravignani 2360, como preparadas para un fusilamiento. Pero del portón, nadie entraba ni salía. La escena parecía congelada. Allí, 18 días antes, había explotado esta historia.

A las 8:15 del 10 de junio, la señora María Elena Aduriz, quien se dirigía al volante de un Chevrolet Celta a su trabajo en la empresa de fumigación M&A, propiedad de su hermano Ramiro, llamó por teléfono a su casa para avisar que no había café. Atendió su hija, Ángeles. Nada hizo suponer que era la última vez que hablaría con ella.

Fue su marido, Sergio Opatowski, quien, minutos más tarde, salió del departamento, el primero de la planta baja, con el propósito de comprar esa infusión en el supermercado Día, situado a la vuelta del edificio. Luego regresaría para retirarse otra vez, ya que debía efectuar una diligencia en el centro. En ese momento, Ángeles aún desayunaba en la cocina. Al cruzar el hall, se topó con el portero. Y le preguntó si había viso al otro hijo de su esposa, Juan Cruz Rawson. La respuesta fue negativa. Y Mangeri siguió lustrando los bronces del portón.

Al rato, vio salir a Ángeles vestida con ropa de gimnasia. A ella se le cayó el morral en el hall; el portero lo levantó y, en son de broma, se la tironeó para que volviera a caerse. Mangeri –según diría en su declaración testimonial del 16 de junio– solía hacerle esas bromas a la ‘Mumi’. Ese lunes, al último que vio salir fue a Juan Cruz. El saludo entre ellos fue cordial.

Minutos después, llegaría la empleada doméstica Dominga Trinidad Torres. Sólo encontraría en el departamento a Axel, el hijo biológico de Sergio, quien dormía en su habitación. El portero la saludó con un leve cabeceo.

La cámara de seguridad –ubicada a más de una cuadra del edificio– registraría a las 8:47 la imagen de Ángeles caminando en dirección al campo de deportes del colegio. A las 10:05, esa misma cámara captó su regreso. Ese puñado de fotogramas constituye el último vestigio de su existencia.

A esa misma hora, María Elena se encontraba trabajando en San Isidro; su hijo, Juan Cruz –quien también trabajaba para la empresa del tío– entraba a una compañía ubicada en Las Heras y Ugarteche para efectuar un cobro. Sergio, tras concluir una diligencia en la calle Paraguay al 700, tomaba un café en la confitería Florida Garden. A su vez, Axel seguía durmiendo en su habitación. Y la señora Dominga preparaba el almuerzo.

En ese exacto momento, en algún lugar no precisado del edificio, Ángeles iniciaba su camino hacia la muerte. Y sin que nadie oyera su calvario.

A las 22: 30, mientras Juan Cruz salía de una clase en el CIC (Centro de Investigación Cinematográfica), recibió una llamada de su madre. Ella le preguntó si sabía algo de Ángeles, puesto que no aparecía. El joven, entonces, acudió con premura a su casa. Al llegar, encontró a María Elena en la puerta del edificio. La mujer no paraba de llorar. Su hijo salió en busca de la hermana por las calles del barrio, pero ya se sabe que sin éxito.

Para entonces, la señora Aduriz también había llamado a las amigas de Ángeles, a sus compañeras de colegio, a la Cultural Inglesa –en donde la adolescente debió concurrir en la noche de ese lunes– y, finalmente, a su ex esposo. El ingeniero Franklin Rawson, padre biológico de Ángeles, se mostró preocupado, pero cauto. "Antes de salir corriendo –le dijo a María Elena–, primero confirmá a ver si está en algún lado".

A la mañana siguiente, fue él quien hizo la denuncia por "averiguación de paradero" en la comisaría 31º.

En la mañana de ese martes, la madre, ya devastada por la desesperación, fue abordada en el hall por la esposa del portero, Diana Seattone. "Desde ayer que ‘Mumi’ no aparece", le dijo, entre lágrimas. Diana, entonces, la abrazó, mientras le susurraba al oído: "Tenés que tranquilizarte".

Es de dominio público que a la tarde, los restos de Ángeles fueron hallados en una cinta transportadora de residuos, en el predio de la CEAMSE situado en José León Suárez.

Al filo de la medianoche del  14 de junio, durante su declaración testimonial ante la fiscal María Paula Azaro, Juan Cruz Rawson dijo sobre el portero: "Jorge es un tipo muy macanudo con nosotros; se llevaba bien con mamá, con ‘Pato’ (por Opatowski) y con Ángeles".

Horas después, el portero Jorge se convertiría en el único detenido del caso.

 

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